La granja Groosham, de Antonhy Horowitz, libro entrañable de la infancia, ha resultado en extremo eficaz, cual sutil anzuelo, para aquellos conocidos míos que han afirmado, sin inmutación alguna, su disgusto por la lectura. Después de leerlo, uno más, por favor.
Posterior al primer acercamiento con los libros está la selección rigurosa de otros más, tarea complicada debido al avasallamiento de las industrias culturales cuyos contenidos yacen polarizados entre los best-sellers y los manuales de autoayuda. Afortunadamente, existen alternativas, si bien pequeñas, dotadas de múltiples títulos.
Así, a pesar de que los amantes de la lectura, como bien afirma Carlos Monsiváis, han sido históricamente una clase minoritaria, considero, indudable, la importancia del primer libro entre nuestras manos. Si éste primer ejemplar es capaz de atraparnos, el deseo de leer jamás nos abandonará.
Es importante dar vida a cada libro explorado a través de la asimilación de cada frase, Comprender la abstracción de sus planteamientos, apropiarlos y actualizarlos en nuestras vidas: hacerlos prácticos, no sólo un conjunto de datos sin sentido ni utilidad.
“La realidad se vive en las calles pero se entiende en los libros”. Es imposible terminar un libro, levantar la vista y mirar sin cambio alguno. Tras la lectura surgen nuevas incógnitas, no hay duda, pero aparecen también múltiples respuestas. Los matices se hacen evidentes, los adjetivos escasean y, en su lugar, llegan nuevos pensamientos, estructurados cada vez más lógicamente.
Carlos Monsiváis elogia (innecesariamente) a los libros. Sin embargo, su texto posee justa crítica. La globalización, por ejemplo, cuya tesis esencial sustentada en una ambición unificadora, evidencia las brechas impuestas por los grandes imperios al ´tercer mundo´. Estos últimos son sometidos, no por falta de ingenio o capacidad, sino por la política avasalladora de ´los grandes´, los que ´sí saben´.
La iconosfera favorece el desarrollo de las tecnologías audiovisuales, hoy, son vastas las posibilidades que ofrecen. Sin embargo, sobra decir que los libros, a mí parecer, poseen una función totalmente distinta a los contenidos de Internet y demás medios, es decir, no serán suplantados, pues permiten la lectura pausada y concienzuda, además del apego por su consistencia palpable, nada abstracta.
Un elemento medular a tratar es acerca de las políticas gubernamentales para favorecer la lectura o, al menos, establecer las condiciones para que cualquiera que lo desee pueda leer cuanto pretenda. En este sentido, es evidente reconocer la indiferencia de la clase gobernante por hacer de la lectura un hábito nacional, no una pérdida de tiempo, como bien menciona Monsiváis.
Así, es necesario que desde las escuelas, favorecidas por un plan eficaz y auténtico de gobierno, y la familia, se forje un alfabetismo funcional, sustentado en leer con rigor y, más allá de ello, apropiar cada conocimiento expuesto, asimilarlo y ordenarlo en una estructura personal de conocimiento, lo cual traería como justa consecuencia un análisis más profundo de todo aquello que se observe, viva o sienta.
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